miércoles, 21 de mayo de 2008

PAPA BENEDICTO XVI

LA MISION

Desde el mandato universal que Jesús dio a sus apóstoles antes de su ascensión al cielo y que los evangelistas recogen en sus escritos, les dijo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”(Mt 28,18-20). Jesucristo desde que comenzó su vida publica, comienza con el anuncio de la buena nueva a todos los hombres, su mensaje de salvación y redención no se hizo esperar.

En Hch 1,8 encontramos esta afirmación: "ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo; él vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Mamaría y hasta los extremos de la tierra", Porque La efusión del Espíritu en Pentecostés, en efecto, marca el inicio de la misión de la Iglesia de la misma forma que el bautismo de Jesús indica el comienzo de la vida pública del Señor. En ambos casos se habla de un "descenso" del Espíritu

La universalidad de la Redención y de la Iglesia de Jesucristo fue confirmada de modo solemne por una milagrosa acción divina, que tuvo al Apóstol Pedro por protagonista y testigo. A Pedro —como una prueba más de su Primado— le fue reservada la suerte de abrir a los gentiles las puertas de la Iglesia. Los signos extraordinarios que acompañó a la conversión en Cesárea del centurión Cornelio y su familia tuvieron para Pedro valor decisivo. «Ahora reconozco —fueron sus palabras— que no hay para Dios acepción de personas, sino que en toda nación el que teme a Dios y practica la justicia es acepto a Él» se puede decir que la salvación que ofrece Jesucristo es para todos los que sientan el deseo de seguir la voz de maestro, pero para esto todos nos convertimos en portadores de la vida y la gracia de Dios pues la hemos recibido desde el momento de nuestro bautismo.

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